18 enero 2011

¿Para qué sirve la ISS? – Primera parte

Es la vieja pregunta. Desde que se pusiera en el espacio su primer componente, hace ya 12 años, han sido bastantes las voces críticas que se han preguntado para qué invertir miles de millones de dólares en un proyecto como éste, sin beneficios claros.

La respuesta casi siempre ha sido la misma, aunque con ligeros cambios con el paso del tiempo: inicialmente, la ISS iba a ser un fantástico laboratorio con condiciones únicas, en el que se desarrollarían nuevos medicamentos y materiales que revolucionarían nuestra vida en la Tierra. Con el paso de los años, cuando este discurso empezó a ser claramente poco creíble dadas las evidencias, se suavizó el mensaje eliminando la absurda parte que convertía la ISS en una fábrica de última generación en órbita terrestre, para dejarlo simplemente en un laboratorio de investigación, manteniendo, eso sí, el mensaje de la importancia de un centro de investigación con unas condiciones de experimentación irrepetibles sobre nuestro planeta.

Entre las protestas de los más críticos y las respuestas grandilocuentes y de contenido cambiante, la realidad era que la ISS poco a poco iba tomando forma. Muy poco a poco, sí, porque los recortes presupuestarios, los problemas con los transbordadores (especialmente el parón en la construcción provocado por el accidente del Columbia) y los problemas y retrasos de todo tipo, la realidad es que la finalización de la estación, que inicialmente estaba planificada para unos pocos años, ha llevado en la práctica más de una década. Doce años durante los cuales la estación ha ido envejeciendo sin ni siquiera estar completada, mientras era ocupada por sucesivas tripulaciones que dedicaban la mayor parte de su tiempo al propio mantenimiento de la estación, y muy poco o casi nada a la experimentación científica para la cual se suponía que se había ideado el complejo.
Esta situación ha sido criticada en ocasiones incluso por los propios astronautas, frustrados a veces por lo infructuoso de su trabajo. Lo cual ya de por sí es noticia; no sólo porque es muy poco frecuente que un astronauta arriesgue su carrera criticando a quien le da de comer, sino también porque, en una profesión tan vocacional, muchas veces la ambición del astronauta medio es subir al espacio sin importarle lo que tenga que hacer allí (esto lo ha confesado en sus memorias algún que otro astronauta norteamericano, comentando que suele ser el sentir general). Por eso, cuando Pavel Vinogradov expresó tan claramente sus críticas al proyecto a la vuelta de su última expedición a la ISS, en 2006, éstas resultaron especialmente relevantes para los que las escuchamos. Aunque, lamentablemente, tuvieran poca repercusión…

De todas formas, para una gran parte de estas críticas ha habido durante años una buena excusa: con tripulaciones de sólo tres miembros (el máximo posible en una estación inconclusa que funcionaba a medio gas) era imposible llevar a cabo un programa de experimentación decente, ya que los astronautas estaban saturados de trabajo simplemente intentando mantener en funcionamiento el complejo. Cuando se aumentase el número de tripulantes hasta el máximo previsto de seis, se decía, la situación cambiaría radicalmente, para bien de la ciencia.

Hubo que esperar hasta mayo de 2009 para que, finalmente, la tripulación de la estación espacial creciera hasta su máximo previsto de seis astronautas. Aunque no eran los siete tripulantes que se preveían en el proyecto inicial, antes de que los recortes presupuestarios obligasen a cancelar cierto número de módulos y vehículos que debían dar soporte al complejo, parecía una tripulación adecuada para que por fin la ciencia llevada a cabo en la estación tuviese un lugar preeminente en las operaciones a bordo.

La dura realidad

A día de hoy, en cambio, la realidad parece ser muy distinta. Año y medio después de que las tripulaciones de la estación crecieran hasta los seis miembros, y con ellas lo hicieran también las expectativas de un trabajo científico digno, nos encontramos con una declaraciones del astronauta Scott Kelly, comandante a bordo de la ISS, donde expresa su confianza en que “Ahora que ya tenemos tripulaciones de seis miembros, vamos a intentar destinar una media de 30 horas a la semana a diferentes investigaciones científicas”. 30 horas por semana repartidas entre toda la tripulación. Impresionante. Para una jornada laboral terrestre típica, esto supondría un 12,5% del tiempo de trabajo dedicado a la ciencia; pero si recordamos que la jornada efectiva de un astronauta es de 12 horas diarias durante seis días por semana, el porcentaje cae hasta un ridículo 6,9% de su tiempo de trabajo dedicado a la ciencia. Si creemos las declaraciones de los que siempre nos han dicho que el fin de la ISS es la investigación científica, deberíamos concluir que estas cifras en manos de cualquier gestor competente significarían el cierre inmediato.

Probablemente hay muchas razones y de relevante peso para que ésta sea la realidad a bordo de la Estación Espacial Internacional, pero ello no es óbice para que presentemos la evidencia de que, como laboratorio de investigación, el proyecto prácticamente se pueda calificar de fracaso. Un complejo en el que se han invertido miles de millones de dólares (no se han publicado datos exactos, pero las estimaciones lo cifran entre los 35.000 y los 160.000 millones de dólares) para dar, doce años después de su arranque, una producción científica de 30 horas semanales, es algo para lo que prácticamente no existen calificativos. Teniendo en cuenta que cualquier investigación moderna requiere miles de horas de trabajo en laboratorio para dar algún fruto, por mínimo que sea… ¿qué podemos esperar de los experimentos realizados en la ISS? Pues me temo que lo que hemos venido viendo hasta ahora: prácticamente nada.

¿Quiere esto decir que el dinero invertido en la estación espacial ha sido dinero tirado a la basura? No, por supuesto. Todo el dinero que se ha invertido en la estación espacial, como cualquier inversión en astronáutica en general, o de forma más amplia en ciencia y tecnología, tiene sus réditos, que luego mencionaremos brevemente. Pero eso no quiere decir que haya sido la forma más efectiva de invertir esos miles de millones. Desde luego, si mantenemos el argumento de la ciencia para justificar la estación, la ruina es evidente: con ese dinero podrían mantenerse decenas de laboratorios terrestres con una producción científica (al menos en horas de investigación) extraordinariamente mayor. Por supuesto estos laboratorios terrestres no podrían nunca realizar los experimentos que se pueden llevar a cabo en la ISS gracias a sus condiciones de microgravedad, pero parece difícilmente justificable que 1 hora de investigación en microgravedad sea más importante que 1000 horas de investigación en la Tierra (la proporción es hipotética, pero no creo estar exagerando en absoluto, si pensamos en lo que se podría hacer en nuestro planeta con el coste de la estación; probablemente me quedo corto).

Está claro que la justificación científica de tener unas instalaciones como las de la Estación Espacial Internacional en órbita terrestre no parece sostenerse en absoluto. La pregunta ahora sería… ¿existe alguna otra justificación para mantener la ISS y una presencia humana continuada en el espacio? ¿O todo esto no es más que un absurdo sinsentido, aunque quede muy bonito en las fotos?

Para no demorar más la publicación de esta entrada, y dado que no tengo demasiado tiempo para escribir últimamente, hablaremos sobre todo esto en una segunda parte de este artículo.

1 comentario:

Alberto dijo...

Pese a los resultados científicos que pueda darnos, creo que viendo lo positivo hay que destacar el papel de haber unido en un mismo proyecto a naciones y gentes que hace tiempo hubiese sido impensable.