30 julio 2007

Juguetitos veraniegos

El verano es mi época de mirar al cielo. Típico de los aficionados de salón como yo, supongo, demasiado vagos como para salir a mirar las estrellas en medio de una gélida noche de invierno, aunque suela ser cuando mejor se ven. Pero ahora, en veranito, pasarse las horas tomando algo fresquito al aire libre (la terraza o el jardín de casa, por ejemplo) mientras se mira al cielo identificando estrellas y constelaciones (y algún que otro satélite, con destellos de Iridium incluidos) es para mi mucho más agradable que pasarme la sobremesa nocturna tragándome lo que echan por la tele. Aunque tenga ya las estrellas más que vistas (es lo malo de hacerlo desde casa, más o menos siempre en la misma época y a las mismas horas: que siempre ves las mismas), da igual: no sé qué tiene el cielo nocturno, que me encanta recostarme en la silla o la tumbona para mirarlo.

Y es que, como decía, soy un aficionado "de salón". O de terracita, con mi bebida al lado. Lo de mirar por un telescopio me gusta, naturalmente, como a cualquier aficionado, pero soy demasiado vago para plegarme a sus exigencias: para mirar el cielo nocturno decentemente con un telescopio, no basta con gastarte el dinero en uno; además, tienes que estar dispuesto a coger el coche en medio de la noche y hacerte unos cuantos kilómetros en busca de un paraje lo suficientemente alejado de la ciudad como para no tener demasiada contaminación lumínica (en mi caso, que vivo en Madrid, esto supone muchos kilómetros). Además, si quieres "amortizar" el telescopio, tienes que hacerlo en invierno y en verano, con frío y con calor, y quizás trasnochar hasta las tantas en espera de que aparezca esa nebulosa tan maravillosa... En fin, demasiado para mi, lo reconozco: sé que no lo repetiría más de una o dos veces al año, así que me conformo con contemplar las magníficas fotografías de espacio profundo tomadas por astrónomos profesionales (o algunas de aficionados que podrían competir seriamente con éstas). A mi me basta con contemplar el cielo desde mi casa disfrutando de las noches de verano.

Pero incluso si sois como yo, simples "aficionados de salón" (o de terraza), creo que estaréis de acuerdo en que se disfruta mucho más del cielo si sabes lo que estás viendo. Es decir, si identificas el Cisne, Deneb, Vega, Altair (sí, éstas son las que me quedan en línea recta desde mi silla en las noches de verano), Júpiter (tengo que girar la cabeza), Arturo (giro de 180º, un poco incómodo, salvo que dé la vuelta a la silla), etc. La forma clásica de aprender a identificarlas es con un planisferio; hoy día, podemos ponernos al lado el portátil y utilizar alguno de los programas (muchos gratuitos) que nos muestran el cielo desde nuestra silla en tiempo real (aunque la verdad, a mi lo del portátil me rompe "el clima", en cierto modo; el planisferio es más "relajado", menos “intrusivo”). Pero acabo de descubrir "el no va más" en cuanto a sistemas para identificación del cielo nocturno: la "pistola estelar".

Vale, el nombre es un invento mío, y no tiene nada que ver con pistolas láser ni luchas contra soldados imperiales. Tiene otro nombre que no voy a decir por no hacer publicidad gratuita, que no es la intención de este artículo, pero es un cacharro que acabo de descubrir en la red, y que me ha encantado. Útil tanto para aficionados "serios" como para los aficionados "de salón" o terraza como yo, tiene pinta de ser una gozada: basta con apuntar la pistola al elemento que quieras identificar (estrella, planeta, satélite artificial... lo que sea), y el cacharrillo lo reconoce de inmediato y te dice lo que estás viendo. Qué cosas...

Bueno, el cacharro tiene bastantes más usos, que los aficionados serios sabrán valorar, pero esta simple utilidad de satisfacer la curiosidad de los trasnochadores veraniegos de jardín ya casi justifica su precio. Es algo caro para un capricho, pero tampoco es una cifra exagerada para un aparatito que hubiera parecido mágico hace unas décadas: lo he visto por 400$ en Internet, lo que no me parece excesivo.

Aunque parezca que voy a hacer propaganda del cacharro (que no), comentaré algunas de sus características más curiosas (puede que no sean las que destacaría un astrónomo amateur, pero quizás sí las más atractivas para uno “de salón”): por ejemplo, el cacharro “habla”, y, si quieres, hasta te cuenta la mitología asociada con las estrellas o constelaciones que estás mirando. Es decir, lo mismo que hago yo con mi hija (la historia de Casiopea, Andrómeda y Perseo le encanta), y es que eso de mirar al cielo conociendo los mitos griegos asociados con los nombres de los objetos estelares, tiene mucho más encanto. Pero bueno, además de mitología, también te da datos científicos del objeto, te muestra fotografías detalladas, etc. Toda una base de datos sobre el objeto a tu disposición sólo con apuntar hacia él.

Claro que también funciona al revés: es decir, si estás buscando a Marte y no sabes ni por dónde empezar, basta con decírselo al cacharro y luego apuntar a alguna parte del cielo al azar; el propio aparatito te irá indicando hacia dónde debes moverlo hasta dar con el objeto buscado.

¿Y cómo funciona esta maravilla? Pues igual que los “buscadores de estrellas”, o “star trackers” que equipan los vehículos espaciales más modernos. Digo los más modernos, porque hace unos años eran mucho más elementales, con mucha menos capacidad que este aparatito. Es decir, se trata de un sensor óptico capaz de identificar patrones de puntos de luz y compararlos en tiempo real con su base de datos del cielo; cuando consigue “encajar” los puntitos de luz que está “viendo” con el mapa que tiene en su memoria, ya no hay ningún problema en identificar cualquiera de los objetos percibidos por su sensor. Además, se le añade un sistema GPS para que sepa exactamente en qué lugar de la Tierra y a qué hora lo estás usando, permitiéndole saber exactamente cuál es el cielo visible desde esa posición en ese momento. Una serie de acelerómetros, sensibles a la aceleración gravitatoria de nuestro planeta, le sirven también para determinar la posición en la que está apuntando, facilitando sensiblemente la operación de “encajado” entre lo que percibe y su base de datos; una ayuda con la que no cuentan los “star trackers” de las sondas espaciales, naturalmente.

Como decía, las modernas sondas utilizan sistemas similares para calcular su posición en el espacio a lo largo de su trayectoria. Antiguamente (y en este caso la “antgüedad” se remonta a tan sólo algunos lustros) los buscadores de estrellas eran mucho más simples, y se limitaban a ser sensores que, previamente apuntados en la dirección aproximada de una estrella brillante (Sirio o Canopus, las dos más brillantes del cielo por ese orden, eran algunas de las más utilizadas), conseguían identificarla principalmente por su brillo; si se apuntaban en una dirección demasiado alejada de la estrella prevista, simplemente no “sabían” lo que veían. Luego, con el desarrollo de la informática y los sensores ópticos tipo CCD, los sistemas evolucionaron a lo que comentamos aquí: un software compara el patrón de puntos percibido con el almacenado en su base de datos, hasta encajarlo, permitiendo conocer de inmediato a qué estrellas se está apuntando. Maravillas de la tecnología, hoy a disposición de los aficionados serios y “de salón” por un precio razonable. Qué cosas…

25 julio 2007

Espionaje de salón


Ya no hace falta fichar por la CIA, el FSB (sucesor del KGB) o el Mossad para poder contemplar las nuevas armas de los países potencialmente hostiles en imágenes de satélite: basta con tener un ordenador con acceso a Internet, y entrar en Google Earth.

Como lo oís: la última generación de submarinos nucleares chinos armados con misiles balísticos ha sido revelada al mundo vía Google Earth. En una de las fotografías que componen el mosaico de imágenes de este servicio de Google, tomada por el satélite comercial Quickbird, podemos contemplar con apreciable claridad las formas de este flamante sumergible de la armada china, oficialmente inexistente hasta la fecha. Basta con que introduzcamos las coordenadas 38º 49' 4,40" N y 121º 29' 39,82" E, y ahí lo tenemos, en todo su esplendor.

Es de suponer que estas imágenes sólo han revelado el submarino a la opinión pública, y que los principales servicios de inteligencia internacionales ya disponían hace algún tiempo de sus propias imágenes de alta resolución tomadas por sus satélites espía. Y también es de suponer que el asunto no es un tema de seguridad nacional para los chinos, pues en esos casos se suelen tomar las precauciones necesarias para evitar que objetivos secretos caigan bajo las cámaras de unos satélites cuyas órbitas y momentos de sobrevuelo son perfectamente conocidos. Pero la cosa no deja de tener su gracia, y muestra cómo ha cambiado el mundo y el acceso a la información en los últimos años.

Por ejemplo, no puedo evitar pensar cómo la forma en que durante décadas se ha contado la historia de la exploración espacial podría haber sido muy distinta de haber existido Google Earth a finales de los años 70. En aquella época, los Estados Unidos sabían, a través de sus satélites espía, que la URSS preparaba un gran lanzador (el N1) para competir con ellos en la llegada a la Luna. Pero no les convenía revelar lo que sabían (nunca conviene que el enemigo sepa lo que sabes de él, ni los medios que tienes para saber lo que sabes), de modo que nunca se reveló. Dado que los soviéticos también lo ocultaron para no tener que reconocer su derrota, durante décadas la opinión pública creyó que los rusos nunca habían intentado llegar a la Luna. ¡Qué distinto habría sido si todos los aficionados hubieran podido contemplar al N1 y/o sus plataformas de lanzamiento en Baikonur a través de Google Earth!

En cualquier caso, la revelación del submarino chino justifica el recelo con el que varios países miran a este magnífico servicio de Google. El gobierno indio ya protestó hace algún tiempo por lo que consideraban un peligro para su seguridad nacional. Por otra parte, no son del todo escasas las imágenes de Google Earth censuradas para evitar que muestren ciertas instalaciones militares o de alguna otra delicada índole: unas veces más claramente, y otras de forma más imperceptible, es relativamente frecuente encontrar en Google Earth pequeños recuadros grisáceos “planos”, donde un fragmento de la imagen ha sido sustituido por una simple mancha de color neutro que en un primer vistazo se camufla con el entorno (y no me refiero a zonas para las que se carece de imagen, no: hablo de casos claros de censuras de contornos muy definidos). Supongo que estas censuras se realizan a instancias de los diferentes gobiernos de las naciones afectadas, y en ocasiones podemos ver casos en nuestro propio territorio, aunque acabo de comprobar que estas censuras cambian con el paso del tiempo: por ejemplo, la Base Aérea de Gando, en Gran Canaria, podía contemplarse totalmente censurada (con sus límites bien definidos, en una operación clara de maquillaje que dejaba al margen el adyacente aeropuerto civil) cuando lo miré por curiosidad hace un par de años, en las coordenadas 27°55'57"N 15°23'14"W del mencionado servicio del todopoderoso buscador de Internet. Curiosamente, hoy dicha censura no existe para esta base aérea; ¿se intentaba ocultar algo en especial en aquella fotografía que ya no está presente en la actual? Lo ignoro, pero demuestra que Google Earth preocupa a los gobiernos. Seguro que con paciencia encontráis más ejemplos de estas censuras; si alguno conoce algún caso, os invito a comentarlo aquí.

En cualquier caso, y volviendo al tema inicial del submarino chino, la conclusión es que ya no hace falta arriesgarse a ir a la cárcel por jugar a los espías, como Roberto Flórez García; basta con rebuscar con paciencia en Google Earth. No nos pagarán por los secretos que revelemos, pero, al menos, es bastante más seguro…

NOTA: Ya sé que ésta noticia no puede calificarse como muy espacial en sentido estricto, pero al fin y al cabo se basa en imágenes tomadas por un satélite. No olvidemos que uno de los principales usos de la actividad espacial es dar servicio a la sociedad, y Google Earth es un ejemplo claro. Y qué leches, la noticia tenía su gracia…

Alas Rojas, colectivizado

Para los que cojáis vacaciones en agosto, ya tenéis la lectura del verano, aunque os obligue a manteneros delante de la pantalla del portátil mientras tomáis el sol en la playa: Alas Rojas, el mejor libro en español sobre la Carrera Espacial, centrado sobre todo en el programa lunar soviético, ha sido "colectivizado", como no podía ser menos con esa temática, y ahora puede leerse de forma totalmente gratuita en internet.

Es todo un regalo de su autor, Manuel Montes, editor también del blog y boletín semanal Noticias del Espacio, que nos ofrece con motivo del 50º aniversario del lanzamiento del Sputnik. Así que, los que hayáis sido tan rácanos o vagos como para no comprarlo por los míseros 10 euros (creo que hace unos años era incluso menos) por los que ha estado a la venta durante los últimos años, a pesar de todas las recomendaciones, ahora ya no tenéis excusa para no leerlo. Pero, sobre todo, esperemos que esto sirva para que muchas personas que no conocían siquiera la existencia del libro den con él a través de sus búsquedas en Google y puedan adentrarse así en la apasionante historia de la Astronáutica.

Gracias a Manel, por este regalito estival.


23 julio 2007

Un recuerdo solidario

Acabo de llegar de vacaciones, y empezaba a acumular ideas para artículos del blog. Tenía ya un par de ellas, cuando, revisando correos acumulados tras estos días de asueto, he llegado a uno que me ha cambiado el ánimo totalmente, y me ha hecho relegar esos artículos para otro momento. Y, aunque sé que resultará un tema sin interés para la mayoría, siento la necesidad de contarlo aquí.

La mujer de David S.F. Portree, Martha, ha muerto en un accidente de tráfico cerca de su domicilio de Flagstaff, Arizona. Su hija Samantha, de 4 años, iba con ella en el coche, resultando gravemente herida, con diversas fracturas (de cráneo incluidas) y conmoción cerebral. David no iba en el coche.

David es un reputado historiador espacial norteamericano. Pero, aunque no he llegado a conocerlo personalmente, era casi como un amigo, o al menos podría decir que un gran conocido. Frecuentamos foros de charla sobre el espacio, y hemos charlado (vía mail) sobre estos temas, dentro y fuera del foro, en varias ocasiones. De hecho, le he mencionado en este blog en un par de ocasiones, e incluso en una de ellas dediqué un artículo entero a una divertida anécdota contada por él. Sus opiniones, tanto sobre temas espaciales como sobre muchos otros temas (incluso política, más o menos, aunque con un norteamericano siempre hay sus matices) coinciden en gran medida con las mías, y también coincidimos en otras cosas: tenemos edades parecidas, y los dos tenemos (teníamos) familias similares: una esposa unos pocos años más joven, y una niña de 4 años en su caso, 5 en el mío. Además, David es simpático, dicharachero (al menos por escrito), discutidor incansable e incisivo, siempre con buen humor, un tío majo que hace sus pinitos hablando español... En fin, alguien con quien congenias aunque no lo conozcas directamente. Y al haberme enterado del trágico accidente... en fin, podéis imaginaros que me he sentido completamente identificado con su situación, me ha llegado a lo más hondo.

Martha y Samantha circulaban tranquilamente por una recta cuando un coche que venía en sentido contrario se cruzó a su carril, probablemente por somnolencia del conductor. El choque fue frontal, muriendo los tres ocupantes del coche contrario, y la mujer de David. Su hija se salvó, con las múltiples heridas comentadas, gracias a su sillita de seguridad. Podía habernos pasado a cualquiera de nosotros, a la familia de cualquiera. Sé que suena a tópico, pero me ha impresionado mucho.

Probablemente la mayoría no conocéis a David Portree, pero sentía la necesidad de compartir la noticia, como si de algún modo me sirviera para solidarizarme con él. Es un buen historiador y amante de la exploración espacial, pero, sobre todo, me parece que es una buena persona. No quiero ni imaginarme por lo que tiene que estar pasando.

Afortunadamente, parece que tras una temporada en la UCI y con dudas sobre posibles secuelas psíquicas, su hija finalmente acaba de abandonar el hospital. Ahora ambos tendrán que enfrentarse a una nueva vida. Les deseo todo lo mejor.