23 junio 2006

Crucemos los dedos

Salvo posibles retrasos de última hora, el próximo sábado 1 de julio será lanzado el Discovery en la misión STS-121; la segunda misión tras el accidente del Columbia, y la que debe probar que los riesgos asociados a la espuma aislante no suponen un serio peligro para la tripulación.

Y ya aparecen las voces críticas, pues varios técnicos de la NASA han declarado que existe riesgo de que se repitan los problemas con la espuma, aunque el Administrador Griffin ya ha confirmado que la misión se llevará a cabo. Y, lógicamente, no ha faltado quien ha empezado a acusar a la NASA de volver a caer en los mismos errores que antaño, lanzando un vehículo que no es seguro. “Parece que no aprenden”, dicen en algún foro por ahí…

Realmente éste es un tema muy complejo, y la decisión, difícil. Efectivamente, si decides que mientras haya riesgo no puedes volar, entonces la misión no debería lanzarse. Pero entonces no se lanzaría ninguna misión espacial. Siempre hay riesgo, lo que hay que determinar es cuánto, y compararlo con el tácitamente aceptado como asumible.

Pero es muy difícil cuantificar el riesgo, y éste es el verdadero problema. Casi nadie cree que se hayan eliminado los problemas con la espuma. Probablemente no se eliminarán nunca. Pero es de esperar que todo el esfuerzo realizado haya servido de algo, y disminuido la cantidad de residuos y el tamaño de estos. Aún así, nadie puede asegurar que no vaya a desprenderse un trozo relativamente grande, que no vaya a impactar sobre alguna parte delicada, y a comprometer el vuelo. No puede saberse; por eso se considera vuelo de pruebas. Pero incluso si así fuera, el escudo térmico va a ser cuidadosamente inspeccionado en órbita, por lo que cualquier problema sería detectado. La siguiente opción sería o repararlo (si se puede) o abandonar el vehículo a su suerte y esperar la tripulación una misión de rescate en la Estación Espacial Internacional. Lo que nos lleva al dilema de tener que lanzar un nuevo transbordador en el que podría reproducirse el problema.

¿Cuál es la probabilidad de que ocurra un incidente parecido al sufrido por el Columbia durante el despegue? Difícil decirlo: desprendimientos de espuma ha habido siempre, y seguramente siempre habrá, pero sólo una entre 114 misiones ha sido afectada hasta ahora; y se supone que la probabilidad debe haber caído bastante con las modificaciones efectuadas. Por otra parte, si aún así ocurriera, existe un plan alternativo que permitiría salvar a la tripulación, aunque no al vehículo. Por tanto, podemos decir que el riesgo existe, pero está controlado.

Ahora pasamos al lado político: la NASA tiene compromisos internacionales con Europa y Japón, fundamentalmente, para terminar la ISS. Y necesita al Shuttle para ello. Europa ya está muy cabreada (por decirlo en términos coloquiales) por las continuas roturas unilaterales por parte de los americanos de sus compromisos en este ámbito. Dejar en tierra los módulos europeo y japonés de la estación (que no pueden lanzarse en ningún otro vehículo), sería muy grave. Sin unas razones más que convincentes, sería muy delicado para la NASA parar los vuelos antes de llevar esto a cabo. Además, Bush y Griffin han empeñado su palabra en ello.

Segundo, parar el Shuttle ahora supondría carecer de vehículo espacial durante al menos 5 años, hasta la entrada en servicio del CEV. No sería la primera vez, y por otra parte liberaría recursos económicos para invertirlos en el desarrollo del nuevo vehículo (muchos estarían encantados de jubilar al Shuttle ya por esta razón), pero dañaría algo su imagen como potencia espacial. No es crítico, pero todo suma...

En resumen, el asunto no es tan sencillo, y está ocasionando severos dolores de cabeza dentro de la NASA a todos los niveles. Lo que parece claro es que, aunque no exista accidente, si se reproduce un evento como el del pasado verano, las críticas arreciarán y será difícil mantener el plan actual de conservar el Shuttle hasta 2010. Si se demuestra que las modificaciones han servido de poco, estoy convencido de que no se perderá más tiempo y dinero en seguir dándole vueltas, y es muy posible que se corte por lo sano. Otra cosa es que los posibles desprendimientos sean tan pequeños como para justificar que son prácticamente inocuos, lo que daría un respiro a la situación. Crucemos los dedos...
(Foto NASA)

20 junio 2006

Money, money, money

Es una creencia extendida que el gasto realizado en actividades espaciales es, por lo general, muy alto. Da igual que estemos hablando de la NASA, la ESA, Roskosmos o cualquier otra agencia espacial: sus presupuestos siempre se consideran muy elevados, y cualquier tema asociado al espacio es, por defecto, considerado carísimo.

Es cierto que la exploración espacial no es barata. El precio pagado por kilo de material enviado al espacio sigue siendo elevadísimo (del orden de 10.000 dólares/kg, sólo en coste del lanzamiento). Pero si hablamos en porcentajes del presupuesto nacional invertido por las potencias espaciales en esta materia, nos encontramos con que la realidad es bastante diferente de la percepción popular.

Recientemente se ha hecho una encuesta en los Estados Unidos encaminada a determinar cuál es esta percepción del gasto espacial por parte de la gente de la calle. Preguntados cuál creían que era el porcentaje del presupuesto nacional destinado a la NASA, las respuestas fueron variadas, con una media situada entre el 5% y el 10%, y con un número no despreciable de personas que pensaban que ascendía hasta cerca de un 30%. En realidad, el presupuesto de la NASA supone tan sólo un 0,7% del presupuesto federal.

Es curioso cómo esto no parece haberse sabido transmitir a quienes sufragan con sus impuestos la ejecución del programa. Porque un conocimiento real de lo que supone el gasto espacial en términos relativos supondría probablemente una disminución de las voces críticas que lo acusan de ser un gasto excesivo e inútil, y podría dirigir las miradas hacia otras partidas del presupuesto mucho mayores y quizás con peor percepción social. Aunque quizás sea precisamente esto lo que conviene a los gobiernos: desviar la atención lejos de otros gastos más impopulares.

En cualquier caso, un 0,7% del presupuesto americano es mucho dinero, aunque en el conjunto del gasto no sean más que las migajas. En concreto, asciende a 16.000 millones de dólares anuales. Podemos preguntarnos cuál es la situación en las otras potencias espaciales. Echemos un vistazo:

La agencia espacial rusa, Roskosmos, ha tenido un fuerte aumento de presupuesto últimamente, situándose en los 900 millones de dólares anuales. Casi 18 veces menos que el de la NASA, aunque en términos relativos sigue siendo muy similar: aproximadamente el 0,8% del presupuesto de Rusia.

La ESA, por su parte, tiene un presupuesto anual de 3.000 millones de euros, unos 3.600 millones de dólares; 4 veces y media menos que la NASA, aunque aquí es complicado traducirlo en porcentaje del presupuesto global, al corresponder a diferentes estados miembros que participan en diferente medida según su grado de involucración con los diferentes programas, y que además en algunos casos mantienen pequeños programas espaciales a nivel nacional.

Pero sigamos con ejemplos más sencillos: la agencia espacial japonesa, JAXA, gasta 1.900 millones de dólares anuales en espacio, algo menos del 0,3% de su presupuesto nacional. India tiene un gasto parecido al ruso en materia espacial, pero con unos ingresos también equiparables, el porcentaje final es también muy similar, alrededor de un 0,8%. Y China gasta aproximadamente 1200 millones de dólares anuales en el espacio, lo que supone apenas un 0,2% de su presupuesto nacional.

Bastante revelador, ¿no es cierto? Efectivamente, lanzar objetos al espacio es caro. Pero resulta que los países que lo hacen gastan en ello entre un 0,2% y un 0,8% de su presupuesto nacional. Y con estas migajas podemos saber el tiempo que hará mañana, prever desastres naturales, hacer ciencia en microgravedad y mandar robots a explorar los mundos que nos rodean. ¿No es mucho para tan poco?

19 junio 2006

No estudies tanto, que no es bueno

Según ha revelado recientemente el famoso astrofísico inglés Stephen Hawking, el anterior Papa, Juan Pablo II, le pidió que no investigara el origen del Universo, ya que eso era cosa de Dios. ¿Quería decirle que no perdiera su tiempo con algo que "estaba claro", o que no investigase demasiado no fuera a ser que descubriera algo desagradable? No soy religioso, y quizás por eso no consigo entenderlo, pero creo que si lo fuera tampoco lo entendería: aún creyendo que Dios ha creado el Universo, ¿qué tendría de malo estudiarlo? Como mucho le podría decir "hijo mío, no seas estúpido, dedica tu tiempo a cosas mejores, que esto no te lleva a ningún lado porque todo el mundo sabe que el Universo lo ha hecho Dios". Vale, eso podría haber sido un "consejo" razonable, aunque razonablemente Hawking hubiera seguido a lo suyo con un sano escepticismo científico (el escepticismo es la madre de la ciencia). Pero es que no parece que el consejo fuera por ese camino...

¿Qué les pasa a algunos creyentes con estos temas? ¿Qué tiene de malo estudiar lo que ellos creen que es obra de Dios? Si es pecado no tener fe, problema del que no la tiene, ¿no?, peor para él (según ellos). ¿Pero por qué impedirle, o pedirle que no haga algo? Más allá de un consejo bienintencionado ("¡Hijo mío, no te pierdas!"), que no parece que sea el caso.

¿No será miedo? No quiero decir miedo a que se demuestre que Dios no está detrás de todo esto; supongo que tienen la suficiente confianza como para no esperar que esto suceda. Por otra parte, es algo tan difícil de demostrar en un sentido o en otro (siempre habrá quien busque excusas para su existencia, sea como sea) que por ahí no parece que haya problema. Pero quizás es miedo a perder más adeptos. Cuantas más cosas explica la ciencia, menos se necesita creer en seres sobrenaturales. Quizás lo que el Papa le estuviera pidiendo era "Hijo mío, por favor, dedícate a lo que quieras pero no nos fastidies el negocio". En fin, no sé. Pero en el fondo, ¿a quién le importa?